
El día después de la ley, la televisión y el modelo a cambiar
La madrugada del sábado en la que el Senado aprobó la ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, se inició un camino que ya había dado sus connotaciones positivas apenas terminado el conflicto del campo, cuando “el poder de los medios” dejó de ser una temática solo interesante para los espacios académicos. El pre acto fue el tiempo de la lucha más ardua; la de los 21 puntos de la Coalición por una Radiodifusión Democrática, la de los 26 años de pelea para terminar con la nefasta ley 22.285 de la dictadura; la del mismísimo conflicto surgido durante el lock-out agrario, que puso blanco sobre negro en el tratamiento que los medios masivos dan a los hechos que “tocan intereses”. El primer punto de giro fue el 18 de marzo, el día que la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández, presentó el anteproyecto de Ley en el Teatro Argentino de La Plata. Esa tarde, quedó ratificada la decisión política del Poder Ejecutivo de cambiar la matriz económica y social en la que se basan los medios de comunicación en la Argentina. Ese día, empezó el desteje del pensamiento único, y quedó a la intemperie la finalidad que persiguen las grandes corporaciones mediáticas. Esa batalla, la de “instalar el tema en la agenda” mal, bien, regular, con entendimiento o no por parte de la sociedad civil, con su aprobación o no, fue el primer triunfo. En este camino, se hizo realidad la victoria en el Parlamento el 9 de octubre, y se inició con ella una nueva lucha; “la verdadera madre de todas las batallas”. La compleja, sinuosa y apasionante tarea de generar contenidos que descompriman 50 años de estandarización estética en la televisión argentina, basada en el modelo americano de radiodifusión.
Nuestra televisión tuvo su primera emisión regular el 17 de octubre de 1951, y logró su consolidación como medio con la salida al aire de los canales privados en 1960.
El modelo en cuestión
En la década del 50’ surgen en el mundo dos modelos de TV: el americano y el europeo. El modelo americano promovía a los medios audiovisuales como un negocio en el que el Estado no debía tener implicancias, salvo administrar las ondas y hacer respetar la ley. Para Estados Unidos, la TV fue entendida desde un principio como un negocio de libre competencia entre empresas, cuyos objetivos fundantes se reducían a maximizar la audiencia, tomando a los espectadores como “productos” para los anunciantes, a quienes concebía como los verdaderos clientes del medio. En contraposición, el modelo europeo entendía a la TV como patrimonio exclusivo del Estado, ya que advertía que la comercialización del medio terminaría por condicionar de forma absoluta la programación, alejándola de contenidos educativos y culturales. Por si quedan dudas se aclara: ganó el modelo americano.
El modelo no se toca I. El desembarco en la Argentina
En 1957, la “Revolución Fusiladora”, concesionó las primeras señales televisivas a explotadores comerciales. En 1960, los canales 9 y 13, y en 1961 Canal 11, iniciaron sus emisiones con el apoyo económico de las grandes cadenas norteamericanas, que hacían lo mismo en otros países latinoamericanos. Ese fue el desembarco definitivo del modelo de televisión americano en nuestro país y un camino sin retorno de dependencia cultural, económica y tecnológica.
Como existía un impedimento legal para que las grandes cadenas estadounidenses operaran en la TV nacional, éstas eligieron las figura de “productoras abastecedoras de programación” para su desembarco. Así, la CBS en Canal 13, la NBC en Canal 9, y la ABC en Canal 11, dotaron de series norteamericanas la pantalla y ‘marcaron la cancha’ en la definición de los géneros televisivos nacionales, con las comedias, los noticieros y los programas musicales durante la década del 60. En esos diez años lideró Canal 13 con el empresario cubano-americano-argentino Goar Mestre al mando, que consolidó una pantalla popular con inclinación hacia lo familiar con programas para todo público como Viendo a Biondi, musicales como El Club de Clan o telecomedias costumbristas como La Familia Falcón. Una referencia importante: ese Canal 13, el de Goar Mestre, fue una escuela de cuadros técnicos para la televisión. Cuadros que se formaron a semejanza del modelo americano. Mal que nos pese, la derecha, en materia de radiodifusión, supo formar cuadros técnicos de nivel.
El modelo no se toca II. Vivir con lo nuestro
A principios de los 70’, hay un reverdecer “nacional” en la TV. Se retiran las cadenas norteamericanas de las estructuras accionarias de los canales, y se empiezan a valorizar aún más los contenidos nacionales; no por una cuestión de idiosincrasia sino por motivos económicos. El elevado costo que habían insuflado las latas norteamericanas conminó a los programadores a generar producción nacional. Alejandro Romay plagó a Canal 9 de telenovelas nacionales (la contracara del canal 9 versión 2009), y Héctor Ricardo García le dio a Canal 11 el estilo “En vivo y en directo” un símil del Crónica TV actual, con una programación preferentemente informativa que no renegaba de ciclos de humor o de comedias. En ese contexto, se desarrollaron los programas de chimentos y aquellos que hoy conocemos como talk- shows. Las comparaciones son odiosas, pero el Intrusos de hoy remite al Radiolandia en TV de ayer, y Para siempre… ni solos ni solas o Canta conmigo argentina son versiones refrescadas de Yo me quiero casar y ¿Ud.?, y Si lo sabe cante del mítico Roberto Galán.
El modelo no se toca III. La televisión como herramienta del terrorismo de Estado
El 1ro de agosto de 1974, al caducar las licencias de los canales, el Gobierno de Isabel Perón decide no renovarlas y estatizar las tres emisoras de aire de Capital más otras del interior. Lo cierto es que, más allá de la estatización, la televisión no varió a partir de esa decisión política, su matriz encajada en el modelo americano. Más aún, durante el proceso dictatorial genocida que ensombreció al país entre 1976 y 1983, se utilizó al medio como herramienta de persuasión y sometimiento en manos del terrorismo de Estado. Así, cada canal estatizado, pasó a las manos de cada una de las Fuerzas, el 9 fue para el Ejército, el 11 para la Fuerza Área, y el 13 para la Armada. Cada emisora funcionó como botín de guerra, incluso para dirimir internas. Durante la televisión del terrorismo de Estado, el modelo quedó intacto aún durante la guerra de Malvinas, instancia en la que el chauvinismo se apropió de los medios.
El modelo no se toca IV. El retorno de la Democracia
A fines de la dictadura, la única emisora reprivatizada fue Canal 9, que volvió a las manos de Romay. Como único canal privado concentró a las figuras más caras y su programación popular fue ampliamente elegida por la audiencia que la consolidó durante los 80’ como la emisora líder. Sólo se vio en problemas durante 1988, cuando García programó Canal 2, pero aún así mantuvo el liderazgo. Canal 9 fue en el advenimiento de la Democracia, el que mejor interpretó el modelo americano. De todos modos, los otros canales no sacaron los pies del plato, y siguieron fieles al modelo, más allá de que por cuestiones de economía, desvalorización las grillas de programación, un puntal del modelo, o más bien su producto final.
A fines de 1989, casi en simultáneo con la Caída del Muro de Berlín (una mera casualidad por supuesto), se reprivatizan los canales 11 y 13. Fue, paradójicamente, la primera de las privatizaciones en el marco de la Ley 23.696 de Reforma del Estado. Después llegarían los teléfonos, la luz, el gas y el petróleo. En paralelo a la Reforma, se modificó el art.45 de la ley 22.285, que hasta ese momento impedía a las empresas periodísticas a acceder a medios audiovisuales. Este es un nuevo punto de giro en la historia de la televisión, con el ingreso a una etapa súper-competitiva. De todo esto, nada habrá de cambiar en los años sucesivos respecto del modelo. El modelo una vez más, aparece intocable.
El modelo no se toca V. La TV neoliberal
Así, el 1ro de marzo de 1990, Canal 11 se transformó en Telefé y quedó en manos de un grupo empresario encabezado por Editorial Atlántida. Canal 13, por su parte, fue entregada a Artear, una subsidiaria de lo que algunos años después se legitimaría como el Grupo Clarín. En este nuevo tiempo, Canal 13 mantuvo el perfil que sostenía desde los 60, dedicándose más al reordenamiento interno de la emisora y al área de noticias. Resultaba imprescindible en ese momento, empatar la línea editorial del Canal con Clarín, en resguardo del valor de mercado más importante del grupo y su poder de fuego: “la agenda informativa”. Telefé en cambio, buscó un perfil alto desde el comienzo, con una programación popular y cierto atisbo juvenil. Surgieron entre 1990 y 1992, programas que se convertirían en un sello de la época neoliberal, como Videomatch, sumados a remakes de programas ya probados durante los “años de oro” de la TV en los 60’ y 70’, como Mi cuñado (Mi cuñado y yo), o La Familia Benvenuto (Los Campanelli).
A mediados de los 90, la televisión se mete de lleno en las tendencias globalizantes. La primera había sido la desregulación con el retiro del Estado en la administración de las frecuencias. Las tres restantes, la globalización en sí misma, la integración, y la convergencia, consolidaron aún más el modelo. Con la globalización se profundizó la “hibridez cultural” a través de programas como Operación Triunfo o Gran Hermano, que recorrieron el mundo como la peor de la pestes. Con la integración, la TV se metió en el negocio del cine y la música, promoviendo la cultura “estándar” también en esas expresiones artísticas (léase como ejemplo los cantantes pop que surgieron de programas como el anteriormente mencionado). Con la convergencia, por último, cuyas consecuencias para el medio se dirimen en terrenos más políticos, se abroquela a la inevitable escalada de la tecnología con internet, la digitalización, y la telefonía celular. A todo esto hay que sumar la descentralización que se produjo en los canales con la conformación de productoras independientes, que en lugar de generar más trabajo lo precarizaron.
Cómo cambiar el modelo
El Gobierno demostró una vez más, decisión política, con la elevación de la Ley de Medios al Congreso. Este tipo de medidas, como la estatización de los fondos previsionales por citar un ejemplo, significan la recuperación del Estado, como regulador y moderador del poder económico. Hay que recordar que ningún gobierno anterior tuvo el valor de hacerlo. Más allá de esto, que es un "paso de gigante”, sabemos que 50 años de sublimación cultural no se van a terminar con la sola promulgación de la ley. Aún desconcentrado en un año, abriendo las licitaciones a medios sin fines de lucro en plazos cortos, y haciendo cumplir la Ley en todo su espíritu de elevar a los espectadores al nivel de “ciudadanos”; aún así, terminar con la premisa del modelo americano, de considerar a la audiencia como un mero producto a ser comprado por los anunciantes, llevará su tiempo. De todas formas, “este es el tiempo” y de eso no hay dudas, de empezar a trabajar para deshacer el entramado del modelo. ¿Cómo se hace? En primer lugar, formando cuadros, buscándolos en las escuelas de periodismo, en los talleres de teatro, en las carreras de comunicación social, en las escuelas de cine. Hay necesidad de empleo allí, y esos cuadros que se formen y que tengan su primera oportunidad de trabajar en lo suyo, ‘van a quedar’. En segunda instancia, uniendo los lazos entre el pueblo (sindicatos, medios comunitarios y pueblos originarios) y las universidades, una causa también pendiente de la Democracia. En la misma línea, el Estado tendrá que palear las asimetrías que se puedan presentar. Solo lo podrá hacer, destinando recursos a los nuevos medios, a través de subsidios o créditos. En definitiva, estas son políticas que deberán tenerse en cuenta, sumado claro está, al conocimiento de la historia que nos precede porque, 50 años de televisión como se ha podido apreciar, es también la construcción de un tipo de público al que le va a costar adaptarse a nuevos contenidos.

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